La vida es ambivalente, por eso nos pide ser valientes. Nos invade un sí pero no, no pero sí, quiero pero no de debo, debo pero no quiero, me gusta ese futuro pero me encanta este presente, quiero moverme pero no quiero perder donde estoy, me gustas pero me generas rechazo, me apetece pero estoy bien aquí.

El cambio implica una perdida de control, ya no navegamos en aguas conocidas y eso nos trae grandes dosis de incertidumbre y esta contradicción constante que implica la ambivalencia. Quiero las dos cosas a la vez pero tengo que soltar una para conseguir la otra.

Ese supuesto conflicto emocional hacia la situación, persona u objeto en polaridades contrarias te hace en realidad replantearlo todo. ¿Y no es eso el estado de consciencia? Ser capaz de ver la realidad que se presenta, sentir la dualidad, escuchar todas nuestras partes e integrar lo que, aún pareciendo contrario, es complementario y necesario para sentir el estado de plenitud.

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Podemos ser a la vez luz y sombra, fuertes y tiernas, dominantes y sumisas, sociales y hogareñas, extrovertidas e introvertidas, cuidadoras y cuidadas…

Y está bien. Todo está bien.

La vida es dual. La vida es acoger la ambivalencia.

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