Nada mejor que reconstruir aquello que echamos de menos para sentirlo cerca. La felicidad contenida en una copa de vino compartida con amigues.

Es martes y ya estoy hasta el gorro esta semana. Lo único que pienso es que sea ya jueves. ¿Jueves? Empiezo a meditar el porqué del jueves. Qué de ese día hace que me despierte con ganas y alegría. Pronto llega a mi mente ese rato de vinos tradicional del cuarto día de la semana que además del vino conlleva amigas/os, desahogo y risas, muchas risas.

A la propuesta de «y si hacemos de este martes tonto un jueves de vinos» pronto llegan las aclamaciones. «Sí, qué asco de día.» «Esto no acaba nunca, que semana más larga.»

Me doy cuenta de que mi teoría es cierta, el martes es el peor día de la semana. Ya no tienes nada que contar del fin de semana que es el único punto positivo del lunes y todavía quedan muchos días laborales por delante. La rutina te lleva y nada mejor que romperla para darte cuenta de la falta que te hace.

El protocolo de llegada es entendido por todes aunque nunca se haya establecido en firme. Las primeras en llegar se abrazan y despotrican en versión corta para no repetir todo cuando vaya llegando el resto. Se ponen al día de aquello que en grupo igual no apetece compartir, se adelantan en el nivel de copas de vino o cervezas. Son las que más necesitan salir de la agonía del día, las que más han corrido para llegar prontito y que de tiempo a más de un vino y a muchos abrazos.

Las siguientes incorporaciones tienen sus «dos minutos de gloria» para desvariar y soltar todo quitando todos los filtros que, por no ofender a familia o compañeros de trabajo, se han ido poniendo a lo largo de la semana. Libertad en términos y forma, no se exige orden cronológico y se agradecen vocablos malsonantes. La única ley es desahogar todo de golpe para dar espacio a la próxima. Se admiten interrupciones solo si las aclaraciones son estrictamente necesarias, el discurso sale con tanta fuerza o velocidad que se convierte en inentendible o han vuelto amantes del pasado.

Por orden de llegada cada una deja su carga al llegar, las demás apoyan y aconsejan hasta que la energía se calme. Una vez todas reunidas, se pone al día a las últimas del discurso de las primeras en versión reducida y ya dando pregunta y respuesta. Véase un «sí ya me han dicho que por qué no lo mandé a la mierda en el momento, pues mira cari no me salió.»

Y ahí, en el equilibrio de que todas tengan voz, sintiéndose más ligeras y olvidando en qué día de la semana estamos; empiezan las risas, los desvaríos y las teorías filosóficas que van en aumento conforme se suman minutos y alcohol (para quien lo quiera).

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Las consecuencias de estos eventos son beneficiosas para toda la sociedad. Parejas que solucionan conflictos antes de casi crearlos, madres que sienten que siguen siendo amigas y hay espacio para el ocio, confesiones sobre sexo que de contenerlas se caducarían, recomendaciones sobre nuevos juguetes sexuales (maravilla de satisfayer), libros, podcast, etc… Crítica social a la falta de empatía, a la ilusoria conciliación familiar, a la discapacidad emocional de ciertas personas, ranking de mejores parejas, puesta al día de nuevos amantes, propuestas de ocio y cultura y por supuesto, desahogos de crianza y preguntas sobre esos sobrinos no sanguíneos. En esto también hay una ley no escrita, madres del grupo, no acaparen la conversación con sus criaturas. Siempre invitados a pasar de brazo en brazo antes de que la madre o el padre no pueda acudir a esta cita que debería ser obligatoria por estar a su cuidado.

Espacio de escucha, red de cuidados, risas necesarias, entendimiento encontrado.

En la nueva realidad nos conformamos con vinos de videollamada hasta que vuelvan las mesas redondas. Seguimos riendo y compartiendo por la pantalla y nos mandamos abrazos virtuales hasta que lleguen los reales.

Que sería de nosotras sin nuestros jueves de vinos, o martes o cuando sea y donde sea. Pero por favor, que vuelvan aquellos maravillosos jueves.

María Bernabéu

@locacoherencia

A mi red de cuidado y vinos, gracias por tanto. Os echo de menos, os quiero, volveremos.

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