La ternura
es la reina de las caricias. Estoy segura que la sanación de la sociedad pasa
por la revolución de la ternura. Esa caricia a quien comparte tiempo y espacio
que haga endulzarse al aire que tan a menudo se enrarece. Un gesto, un abrazo que acoge sincero, una mirada de cariño, una
sonrisa desinteresada, una mano sobre otra mano…Quitarse los miedos al contacto bonito y desvincularlo de lo
sexual y lo romántico. Hacer necesario el cuidado del órgano más grande del
cuerpo, la piel, que muchas veces necesita recibir más que el oído.
Hemos normalizado la palmada en la espalda con demasiada fuerza
como muestra de cariño. Me encantaría cambiarlo por abrazos de más
de tres segundos, el «te quiero» entre amistades y familia, dormir abrazades a
quienes queremos, responder con un «estoy aquí, te escucho»… Poner
amor y ternura a todo en la vida para darle sabor y alegría, como hacemos con
la sal en la comida.
Creo que nos han malenseñado a vernos las diferencias y no las
similitudes. Se nos olvida que somos seres de amor, que necesitamos del
contacto, del cuidado, de la risa y la empatía. Que quien tengo delante es un
espejo y está al mismo nivel que yo, pese a todo y con todo, ambos estamos
viviendo y eso a veces duele y necesita de mimo y caricias. No todo es hacer y
pensar, existe un sentir que no puede
ser continuamente silenciado ni relegado a la alcoba. Que hay un corazoncito
dispuesto a llenarse de amor en el amplio sentido de la palabra y no en la
definición estricta de Disney. Amor de verdad mucho más allá de lo romántico, extrapolado
a la vida cotidiana, al todo. No hay corazón, salvaje o afligido, que pueda resistirse a grandes dosis de ternura.
Una mano acariciando la nuca, un beso en la mejilla seguido de una gran sonrisa, un buenos días que de verdad lleve el deseo de dicha en las
palabras, una mirada entornada llena de admiración, decir mucho «te
quiero» y «te echo de menos», tratarnos como niños, jugar como animales, pedir lo que la piel reclama, abrazar… todo el rato
abrazar. Decía Virginia Satir que «necesitamos 4 abrazos al día para
sobrevivir, 8 para mantenerse y 12 para crecer». ¡Una suma total de 24
abrazos al día! Creo que un abrazo a la hora es asumible para que las drogas
más comunes pasen a ser la dopamina y la oxitocina.
Y sí, con estas circunstancias hemos tenido que reducir los brazos
que nos acogen para saludarnos literalmente a codazos. Precisamente por esto,
aumentemos la dosis de ternura con quien sí compartimos contacto. Para suplir
la falta, para cuidar el cuerpo, para acabar el día con el contador en
positivo, para sentir que la ternura sigue viva aunque compartida con menos
almas. En esta vuelta a una rutina descontextualizada, seamos revolucionaries, llenemos el mundo de ternura.
María Bernabeu
@locacoherencia
Imagen de Sarah Richter