Desde hace varios años descubrí otra manera de viajar, desde
estas líneas y aunque no sea un tema relevante, paso a contar algunos de
los buenos y no tan buenos momentos de nuestro último paseo en
bicicleta que discurrió entre la Ciudad de Zaragoza y la desembocadora
en Deltebre del río Ebro.

Llegados vía tren a
«Zaragoza», comenzamos a rodar por los carriles bici que recorren toda
la ciudad y por los que da gusto pasear y ver esta Ciudad tan bonita,
pernoctando tras la visita obligada por las famosas tapas del barrio del
Tubo, en Hotel Hispania, situado en pleno centro y el cual
recomendamos.

A la mañana siguente al 15 de septiembre, nos
proveemos de buen queso y chorizo Torelano en el Mercado Central y
comenzamos la andadura buscando el cauce del río Ebro que nos empieza a
alejar de lo urbano para adentrarnos en campos con rectas interminables
pasando por «Gelsa y Pina de Ebro», finiquitando la jornada en Quinto,
en donde la suerte hizo que tras tener varios pinchazos y un fuerte
aire que hizo no hubiera ataque de mosquitos, nos escapáramos del tormentón que cayó nada más entrar en la Pensión Plaza, también
recomendable. En «Quinto» nos llamó la atención la cantidad de bares
(con buena música) y el sin parar paso de camiones.

El
17 de septiembre comenzamos nueva etapa que nos adentra en una zona
bastante inhóspita que nos hizo entender el significado de la palabra
que más pronunciamos en el viaje, la tormenta del anterior día hizo muy
complicado el tránsito por las faldas arcillosas de las montañas junto
al Ebro y en las que habían canteras, causante del abundante tráfico de
camiones en Quinto con el consiguiente beneficio económico. Tras
solventar los problemas arcillosos a cara perro, pasamos por «Velilla de
Ebro, Escatrón y Sástago», localidades que nos hicieron pasar agobio
por lo difícil que se nos hizo ver una fuente que no estuviera capada
para rellenar los bidones, teniendo que atajar esta zona de meandros
que no nos dejaba avanzar y nos empezaba a desquiciar, conseguimos
acabar la etapa en «Chiprana» en donde nos alojamos en la peculiar «Casa
Teresa».

Comenzamos el cuarto día y llegamos al pantano de
«Mequinenza» que debemos abandonar tras varios sube y baja muy
pronunciados, pues junto al calor de todos los días, iba a hacer acabar
con nuestras fuerzas antes de hora, así que si os imaginábais una
tranquila senda al borde del río, os aseguramos que no.

Ágora Habla con el deporte local y comarcal, siempre en movimiento

Pasamos a
la gran población de Caspe, allí la casualidad hizo que Pilar,
funcionaria de Turismo, se interesara por nuestra aventura e
intercambiamos impresiones, comentando la falta de algunas
señalizaciones que solventamos gracias al Gps y fuentes. Llegamos al pantano de Ribarroja, comemos en
«Mequinenza» en donde vemos muy extendida la pesca como reclamo
turístico. Como era costumbre del trayecto, acabar de comer y…premio,
puerto arriba camino a Fayón en donde nos mojamos lo justo al coincidir
de refilón con una tormenta. Llegando a «Fayón» desde Mequinenza,
alucinamos al visualizar a ambos lados de la carretera que crestea la
montaña, una depresión del terreno digna de ver. Llegamos a «Fayón» y ya
empezamos a notar que estas poblaciones disponen de abundantes fuentes y
que además funcionan, esta vez nos toca Caseta Americana en el Camping
que nos permitió montar una cena de bandera.

Por fín el
viernes 19 de septiembre nos adentramos en tierras Tarraconenses,
llegamos a «La Pobla de Massaluca» en donde nos pasa la situación más
curiosa del viaje, tras una parada de aprovisionamiento y ya alejándonos
de la pobla, sale a nuestra búsqueda un viticultor a ofrecernos
trabajo, imaginamos que las constantes lluvias hacían peligrar la
cosecha. Tras agradecer el gesto de este buen hombre, pasamos por los
barrancos de la batalla del Ebro, evitando bajar a no imaginarnos tan
sangriento escenario para seguir y llegar a «Móra d´Ebre» donde al igual
que en otros pueblos de Aragón nos llama la atención los altavoces
instalados en todo el casco urbano, oímos la megafonía del Ayuntamiento
utilizados para radiar bandos informativos.

Proseguimos y llegamos a uno
de los momentos más bonitos del viaje, «Miravet» y el Gr-99 nos adentra
en una senda muy verde en donde atrás queda el fango de los fondos del
terreno Aragonés que turbia las aguas para ganar claridad entre pinadas
de las pobladas montañas. De nuevo vuelven las complicaciones, el
sendero se hace escarpado, lleno de vegatación y un derrumbamiento nos
obliga a desmontar las alforjas para sortear este tramo con la
incertidumbre de poder continuar, varias veces nos tuvimos que dar la
vuelta por no seguir el camino rural marcado. Esta vez hubo suerte y la
senda se convirtió en camino haciéndonos llegar al Azud de Xerta que
sirve para desviar a derecha e izquierda agua para regadío. Pernoctamos
en el albergue Assut de esta encantadora población de «Xerta»,
inmejorable trato familiar. Nos llama la atención la cantidad de
bicicletas circulando y el saludo de los niños al cruzarse.

Última
etapa, enganchamos una vía verde que nos lleva a coincidir con un
montón de ciclistas provenientes de «Tortosa», tras el paso por el
enorme puente que sortea la división de la Ciudad y el Ebro salimos por
los canales de regadío y comenzamos a organizar el final del trayecto,
acudimos a la Estación de Aldea-Amposta-Tortosa, nos recordó a la del
Ave de Villena por su situación peculiar. Acabamos entre grandes
extensiones planas de arrozales hasta llegar a la última población antes
de la desembocadura «Deltebre».

Atrás dejábamos unos 400 kms
largos pero grandiosos trayectos en los que también vimos la Central
Hidraúlica del Ebro y la Central Nuclear de Ascó, por lo que entre
pantanos y presas, pudimos comprobar lo bién aprovechado que está el
río, quizás por eso no estaban para trasvases.

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