Cualquier gran aficionado al festival de Eurovisión, ha de soportar diariamente los descalificativos y sornas que se derivan de su afición por el longevo certamen. Todas las personas que aman el concurso son conscientes de esta realidad: calificativos como «friki», «anticuado» o «raro» se usan con una desmesurada frecuencia cuando alguien se proclama seguidor de Eurovisión.

Declararse eurofan en España se ha convertido poco menos que en un acto de valentía (y tal vez de rebeldía) ante una sociedad que clasifica el festival dentro de lo añejo y desfasado. Y todo pese a que el certamen se autoreivindica cada año como una producción para televisión de primer nivel, con la mayor factura técnica y tecnológica que uno puede disfrutar hoy en día en el panorama internacional.

Derivada de esa descuidada atención por Eurovisión encontramos la grave sequía que España sufre en el festival: 48 años sin ganar y una ristra de fracasos acumulados entre escasos momentos dulces y de orgullo. TVE tampoco ha sabido exprimir al máximo un formato cuya garante ostenta en exclusiva y ha permitido que la marca se devalúe sin freno bajo una indiferencia y desgana alarmantes.

Los resultados en los últimos años están ahí, y poco se ha cambiado dentro del ente público para frenar la sangría de despestrigio en un escaparate al que miran cada año más de doscientos millones de espectadores en todo el mundo.

Los eurofans han (hemos) sido durante estos años los salvavidas del certamen. Aquellos que con su pasión por el festival han dado el empuje necesario que necesitaba para mantenerse a flote, los que seguían fieles al concurso en los 90 cuando hacía aguas y los que lo convierten en todo un acontecimiento cuando el calendario avisa de que mayo ha llegado. Poco se podía reprochar a un público maltratado que quería disfrutar con la mayor intensidad posible de su espectáculo favorito. Pese a las burlas y las incomprensiones.

Ágora Habla con el deporte local y comarcal, siempre en movimiento

Pero los eurofans se han acabado convirtiendo en un problema añadido para que España alcance la gloria en Eurovisión y para devolver el brillo que el festival necesita ante una opinión pública con opiniones muy equivocadas sobre qué es Eurovisión y cuál es su magnitud. El ejemplo más vergonzoso y bochornoso lo pudimos ver en la recta final de «Objetivo Eurovisión», el programa que TVE emitió para elegir a nuestro nuevo representante. Manel Navarro, el escogido finalmente, fue vilipendiado por gran parte de los eurofans que acudieron como público a la gala. Una incesante lluvia de descalificativos y abucheos que manchaban el dulce momento que debe suponer para cualquier artista ser el designado como representante español. ¿El motivo de las críticas? Haberse impuesto, gracias al voto del jurado y en contra del televoto, a Mirela, la favorita de los eurofans tras dos participaciones fallidas en 2007 y 2009.

¿Cabe imaginarse en otro país que el público pite al elegido para representarle en Eurovisión? ¿Cuál era el pecado que Manel Navarro había cometido para sufrir ese mal trago? Es justo señalar que el cantante catalán, de sólo veinte años, pecó de inexperto cuando se defendió de las críticas con un disimulado corte de mangas que las cámaras captaron. Un gesto de rebeldía que no se puede disculpar pero que es fruto de esa situación singular, bochornosa y hasta denigrante para su persona que se vivió el domingo.

¿Qué artistas van a querer presentarse en un futuro a este circo?

La noticia ya no es que Manel Navarro será el representante español en Kiev, sino el lamentable momento televisivo que todo el mundo pudo ver. ¿Qué artistas van a querer presentarse en un futuro a este circo? ¿Qué profesionales van a atreverse a poner su carrera en juego ante semejante despropósito? TVE se equivocó al dejar que la última palabra dependiera del jurado y no del público, una tradición que se rompió este año de forma inexplicable. Pero, con unas reglas del juego asumidas por todos, es incomprensible que el público machacara a un muchacho de veinte años por el simple hecho de haber ganado un concurso. E incomprensible es también que TVE no se preocupe en vigilar quién accede como público. En primera fila estaba, por ejemplo, un seguidor del festival que hace dos años colgó en internet saltándose las normas el primer ensayo de Edurne en Eurovisión entre comentarios hirientes e insultos. Ver para creer.

Todos somos culpables ahora de que Eurovisión sea considerado un espectáculo «friki». Todos somos culpables de no haber aprovechado las oportunidades dadas para demostrar lo contrario. Ahora, Eurovisión en España es un circo. Y en mayo nos seguiremos preguntando por qué no somos capaces de ganar. El problema no es Europa, somos nosotros.

Promedio 0 / 5. Votos: 0