Somos Nico, Nora, Leo y Lillo, una familia enamorada de serlo; con la necesidad vital de pasar el mayor tiempo posible con nuestros hijos, y que mejor manera de hacerlo que viajando y descubriendo el mundo en familia.
Antes de ser cuatro, ya nos sentíamos nómadas. “¿Cómo quedarse toda la vida en un mismo lugar con lo grande y precioso que es el mundo?”. Esto nos llevó a vivir un tiempo en el Reino Unido, y a viajar cada ver que teníamos ocasión. Pero al final, siempre te queda la sensación de querer más. Unas vacaciones siempre se quedan cortas y siempre vuelves con el pensamiento de no haber vivido algo auténtico.
Después de decidir ser cuatro, pensamos que quizás disminuirían las ganas de vivir nuevas experiencias viajando, ya sabéis: el trabajo, el cole, los horarios, lo que la sociedad espera de una vida en familia… Pero, desde que Nico y Nora forman parte de nuestra vida, le vemos más sentido si cabe al viaje. A aprender en familia. A la necesidad vital de descubrirnos el mundo compartiendo el camino. A vivir sin reloj, sin alarmas a las 7.20 horas, sin “date prisa que llegamos tarde”, sin “no te entretengas que no llegamos al cole”; y a ¡vivir, viviendo!
Viviendo y amando el camino. Cada piedra. Cada curva. «Entreteniéndonos” con cada hormiga. Cada flor. Pero, sobre todo, respetando los tiempos de Nico y Nora; y aprendiendo a mirar la vida a través de sus miradas curiosas.
Todo esto nos ha empujado a querer salir de la zona de confort. A cuestionarnos si esto es lo que realmente queríamos para toda nuestra vida: una casa, un trabajo, una semana de vacaciones.
A investigar otras formas de vivir, otras formas de sentir, otras formas de trabajar, de cultivar, de construir, de comprar, de consumir, de criar.
A la necesidad de buscarlas y vivir en nuestra piel, que es posible de otro modo, con menos “cosas” y más consciencia.
A no limitar la curiosidad de nuestros hijos a las cuatro paredes del aula. Y a la necesidad de comprobar si somos capaces de reducir nuestra vida a dos mochilas y emprender el camino.
