Hace cinco años los sirios salieron a las calles a manifestarse a favor de un cambio político y se encontraron con una violencia que ha causado más de 200.000 muertes, desplazado a millones de personas y generado condiciones propicias para el avance del terrorismo, dijo este martes el Secretario General de la ONU. Al marcar el quinto aniversario del conflicto en Siria, Ban Ki-moon reiteró que la única solución viable es un acuerdo político amplio que contemple las aspiraciones legítimas del pueblo sirio y tenga como punto de partida un alto el fuego nacional y duradero. Sin embargo, la actuación de nuestros políticos no está siendo, ni de lejos, la acertada, por eso desde aquí os invito a realizar un pequeño ejercicio de empatía, quiero que penséis en las Ghadas que ahora mismo desearían estar en tu lugar. Quiero, a través de esta historia ficticia, que valoréis la suerte que habéis tenido sólo por el hecho de haber nacido en el lado bueno del mundo. Quiero que pienses que Ghada podrías ser tú.
Y recuerda, como dijo Jean-Paul Sartre «cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren».
De nuevo Ghada cogió entre sus enjutos brazos al pequeño Samir. Ese día volvería a probar suerte, ya lo tenía decidido. Ni el frío ni la nieve se lo impedirían. Y así, armándose del poco valor que le quedaba y sin apenas fuerzas, se dispuso a intentar cruzar, nuevamente, la frontera. A sus 26 años a Ghada le costaba recordar de donde venía y ni siquiera sabía a donde se dirigía. A su corta edad había vivido tanto que se sentía una anciana, a veces incluso le costaba recordar su casa o la cara de sus padres y de su hermana. Cada despertar era un suplicio y sentía un miedo inmenso de que el gélido invierno acabara por congelar sus escasos recuerdos. En los días menos malos era capaz de contarle alguna historia a Samir; en esas historias evocaba un pasado feliz, un pasado con Khaled, una vida que comenzaba y que, de pronto, le fue arrebatada.
Últimamente perdía la noción del tiempo rápidamente. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, portando en la espalda los pocos enseres que le quedaban del pasado y el futuro entre sus manos. Ese día el viento soplaba con fuerza, pero, por suerte, ya no era capaz de sentir el frío. Pese a caminar al lado de cientos de personas se sentía en la más profunda soledad, pero sabía que debía seguir adelante, aferrándose a Samir y apretando bien sus dientes. Y así, amarrada a una cuerda logró atravesar un riachuelo que amenazaba con tumbarla, pero el amor por Samir fue el mejor de sus aliados y el decisivo impulso.
Y de nuevo se estrelló contra otra valla. Otra vez la historia de hace meses. Unos hierros le volvían a recordar que pertenecía a otro lado del mundo; ese que queda lejos y del que nadie quiere hacerse cargo. Y de pronto otro día de batalla perdida, otro fracaso más. Otro panorama desolador que emergía ante sus ojos: llantos, dolor, sangre, hambre, frío, impotencia, cansancio, soledad, pesadumbre y pena, mucha pena. A su edad, pese haber vivido tanto, no entendía el porqué de su presente. Se negaba a aceptar que su porvenir sería ese; el de una huida constante; el de no tener un hogar; el de no volver a ver a los suyos; el de no poder ofrecer a su hijo una oportunidad; el de resignarse y aceptar que su suerte no cambiará jamás, únicamente por haber nacido en la parte mala del mundo, sólo por haber nacido en un país víctima de una guerra mantenida por unos intereses que a ella le son ajenos.
Ella simplemente quiere sobrevivir, ella sólo sueña con ver crecer a su hijo y, de nuevo, agacha su cabeza y regresa al campamento, jurándose otra vez que al día siguiente lo volverá a intentar con todas sus fuerzas, con las pocas que le quedan.
Triste aniversario
El pasado 15 de marzo se cumplieron cinco años del inicio del conflicto en Siria. En ese lapso de tiempo más de once millones y medio de personas han tenido que huir de su hogar, dejando todo atrás, con el único objetivo de salvar su vida. No obstante, son muchos los que se niegan a abandonar sus casas, a sabiendas que quizás mañana encuentren la muerte. Además, casi cinco millones viven (sobreviven) como refugiados en países limítrofes con Siria.
De entre todos, en torno a medio millón de afortunados han podido alcanzar la costa europea, sin embargo, más de 200.000 personas han perdido la vida intentando alcanzar una Europa que hoy mira hacia otro lado, abandonándolos a su suerte. Los Estados miembros han recibido en su territorio a 937 demandantes de asilo de los 160.000 que se comprometieron a reubicar, desde Grecia e Italia, en un plazo de dos años, tal y como se recoge en la última evaluación publicada por la Comisión Europea. Por su parte, Bruselas ha reiterado su mensaje de urgencia para que los gobiernos europeos asuman su responsabilidad y pongan en práctica los compromisos asumidos, dejando claro que deben agilizar los trámites para elevar drásticamente su capacidad de acogida. Y en cambio, Europa desobedece y firma un controvertido pacto con Turquía para tratar de frenar el flujo de inmigrantes y de refugiados; esos que huyen de una muerte segura poniendo su última esperanza en el viejo continente.
Cifras difíciles pero desconocidas para la inmensa mayoría. El panorama actual tiende a olvidar más bien pronto que tarde. Una realidad que se sobrecoge ante el cadáver del pequeño Aylan pero que ya ni siquiera recuerda. Un presente que mira compungido las noticias pero que al minuto dice bien alto, o a través de las redes, ¡Que aquí no vengan!
La Europa actual da miedo. Los partidos xenófobos emergen con fuerza impulsados por una población en crisis que culpa a los más débiles de su mala suerte, olvidando que no son los refugiados los culpables de su desgracia, sino aquellos que no hacen nada por evitar un conflicto porque va en contra de sus intereses. Y no podemos ni debemos olvidar nuestra propia historia. Recordemos que un día, no muy lejano, fuímos nosotros quienes huíamos del horror y la barbarie.