El discurso de Greta
Thunberg, la niña sueca de 15 años se ha vuelto, afortunadamente,
viral. Lo que empezó siendo una “chiquillada” a las puertas del
Parlamento nacional se está convirtiendo en un fenómeno que
traspasa fronteras y moviliza a millones de personas.
Su mensaje es muy claro:
acabo de llegar a este planeta y me encuentro con que la huella
humana está siendo devastadora para la vida en el mismo y –esto es
importante- quienes saben qué está sucediendo y tienen las
herramientas para atajar este desastre no están haciendo nada para,
al menos, detener la devastación. Por tal motivo, ella, totalmente
enojada, se pone manos a la obra.
El título de este
artículo es algo engañoso porque no son pocas sino dos opciones
las que quedan: la indiferencia y el compromiso. Ambas son lícitas
y, por lo tanto, elegibles; eso sí, son totalmente incompatibles. La
primera opción es la que colabora en la destrucción de la vida en
el planeta; la segunda, es la de Greta y millones de Gretas que ya
están protestando.
Aceptar el compromiso de
hacer algo es asumir que tenemos una sola casa y se llama planeta
Tierra –aunque creo que debería ser denominado planeta Agua porque
hay mucha más que suelo firme-; en él hemos nacido y en él
moriremos. Por eso hay que preguntarse: ¿cómo vamos a vivir en
nuestra casa?, ¿en qué condiciones?, ¿a costa de qué o quiénes?
Greta lo tiene muy
claro: mi casa está muy sucia y no he sido yo porque acabo de llegar
pero asumo la responsabilidad de limpiarla ya que quienes estuvieron
y ahora están no tienen mucha intención de hacerlo.
Creo que, en el fondo,
la situación es muy simple –que no es lo mismo que fácil-: el
planeta nos garantiza todos los días la posibilidad de que los rayos
del sol lleguen sin hacernos demasiado daño; nos proporciona agua
para calmar nuestra sed, para miles de duchas diarias y, quien pueda,
poder bañarse en las piscinas en verano; nos aporta recursos mineros
de todo tipo para nuestro bienestar; nos llena la mesa con múltiples
alimentos; nos permite respirar por medio de los árboles. Y todo
ello sin cobrarnos nada porque no entiende de dinero, de acumularlo a
espuertas, de hipotecas ni de planes de jubilación.
La primera piedra
educativa que deberíamos interiorizar desde los escasos años de
vida es ser personas agradecidas. Es lo mínimo que se puede pedir a
todo el mundo pero no lo cumplimos cuando no valoramos al planeta su
amabilidad por tantos y tantos recursos. Peor aún, despreciamos su
solidaridad empezando por lo más sencillo como es tirar cosas al
suelo, paso previo para, impunemente, contaminar la atmósfera, los
acuíferos, ríos o suelos con la agricultura y la ganadería
intensivas, etc. Y, lo que es peor, en medio de la normalidad e
indiferencia más absoluta. Esto es propio de gente mal educada.
Greta también lo tiene muy claro; por eso se queja y actúa.
Es muy cierto que la
situación ideal es llegar al Parlamento español o a cualquier otro
y legislar nuevas leyes pero es tarea ardua y, sobre todo, lenta. Hay
que trabajar y luchar para ello pero, ¿qué podemos hacer mientras
tanto? Fácil: todos los días pero todos los días, agradecer al
planeta por lo que nos brinda, desde el aire que respiramos hasta los
alimentos que nos permiten la energía para buscar nuestros proyectos
vitales y todos los días mostrar ese agradecimiento apagando luces
innecesarias, rechazando que te pongan la fruta en bolsas de plástico
porque tú ya llevas un bolso de tela o, más cómodo, un carrito con
ruedas; también reciclando –aunque creas que es estúpido porque
has oído que, finalmente, se echa todo junto-, separando los restos
orgánicos en la casa familiar, adquirir boc,n,rolls para erradicar
el envoltorio del papel de aluminio que envuelven los bocadillos de
tus hijas y un montón más de actividades.
Estas y muchas más
acciones deben realizarse siempre sabiendo que hay deseo expreso de
dar amor y solidaridad hacia el planeta Tierra en vez de indiferencia
e individualismo atroces. Las nuevas generaciones, las que todavía
no han nacido, sabrán darnos las gracias por esta labor. Pensemos en
quienes vendrán, salgamos de nuestra tendencia a mirarnos el ombligo
y abramos el campo visual y afectivo.
Greta y yo estamos en
ello desde hace tiempo. ¿Alguien más se suma?