La
paradoja de Navidad –y del Evangelio entero- se contiene en estas
palabras. Grandes cosas se atribuyen a este nacimiento: alegría,
paz, justicia, salvación. Y, he aquí, que estamos ante un niño en
un pesebre, ante el espectáculo más evidente de debilidad, de
impotencia y de pobreza que se pueda imaginar. Completan este cuadro
María y José, dos de aquellas criaturas para las que nunca hay
posada. La paz, la justicia y la salvación para todo el mundo
procediendo de alguien que no ha tenido tan siquiera casa para nacer.

Para
contemplar el misterio de Navidad necesitamos capacidad de asombro
ante su mensaje, limpieza de corazón para gustar el acontecimiento y
su significado, sabia lectura de los signos que cualifican a este
niño: la debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad, cosas
que el mundo ha rechazado siempre y que, por el contrario, ha hecho
propias el Hijo de Dios.

Necesitamos
volvernos niños de corazón para descubrir las raíces de nuestra
fe; necesitamos la alegría profunda de estas fiestas navideñas que
nos ayuden a creer que la vida es un gran don de Dios que no debe ser
malgastado. Necesitamos el don de la fe para entender; Dios lo
concede a quienes se lo pedimos con sencillez.

La
experiencia de una Navidad, vivida desde la fe, nos permitirá volver
a la vida ordinaria y a nuestras tareas alabando a Dios por la
Palabra contemplada, como María, seguros de conservarla en el
corazón para anunciar a los demás lo que significa para nosotros.

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Pidamos
a María, que contempló en primera persona el misterio de la
Navidad, que la imitemos en su sencillez y disponibilidad, para que
nazca en nosotros el fruto del Evangelio, su Hijo Jesús, a quien
llevó en su seno.

Pidámosle
que seamos capaces de corresponder a los dones del Señor, como el
grandísimo que nos ha hecho al nacer entre nosotros. Capaces de
corresponder a los dones que experimentamos especialmente estos días,
como: la familia, en especial con respecto a aquellos que son los más
pequeños y los más mayores, incluidos nuestros seres queridos que
celebran ya la Navidad en el cielo.

Que
nos ayude también María, con su amor de madre de Jesús, por tanto
de madre de todos, a que nuestros gestos navideños pretendan ser no
sólo privados y familiares, sino abiertos a la solidaridad y a la
bondad con los más necesitados de ellas, como los pobres, los
inmigrantes, los explotados, los sin familia, los que viven olvidados
y en soledad. Aquellos con los que Jesús se identificó. Querámosle
y acojámosle a Él en ellos. Vivamos con mente y corazón abiertos
estos días, estas entrañables fiestas.

¡Bon
Nadal! ¡Feliz Navidad!

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