Si hay algo en lo que la mayoría de personas podemos coincidir, da igual nuestra edad, nuestro sexo o nuestras preferencias musicales, es que hay profesores que nos marcan para el resto de nuestra vida, ya sea para bien o para mal y que hay profesores que, de lo poco que influyeron en tu educación y en tu persona, ni recuerdas su nombre.

Sinceramente, si me preguntáis por mi profesor de Lengua y Literatura de 1º de la ESO no sé deciros muy bien si se llama Ricardo o Eduardo. Aunque seguramente no se llame de ninguna de esas dos formas. No sé ni su nombre, ni su edad, ni qué contenidos me enseñó más allá del nombre de su asignatura, no recuerdo el sonido de su voz ni el color de sus ojos.

Ahora, si me preguntáis por mi profesora de Lengua y Literatura de 2º de la ESO me acuerdo de todo eso y mucho más. Para mí Maribel es más que una profesora, es una maestra, una amiga con la que ya estoy deseando volver a quedar para mantener una de nuestras conversaciones que tanto me gustan. Porque sí, hay profesores con los que se pierde totalmente el contacto una vez entregadas las notas y hay otros con los que no pierdes el contacto incluso años después de que esa persona te corrigiera los exámenes, esos folios de papel que no quieres volver a ver, pero sí al profesor que te los ponía, siempre y cuando prometa que no te va a volver a evaluar, que eso de poner etiquetas está muy feo.

Y ahora, bien abandonada y dejada atrás la época de la ESO, ya entrando en la recta final de mi etapa universitaria, al menos de mi primera carrera, puedo decir que he tenido un montón de déjà vus con el instituto. Pues, al igual que entonces, me he encontrado con profesores que han pasado por mi vida sin dejar la más mínima huella. De verdad que lo intento, pero no puedo recordar el nombre de mis cinco profesores/as del primer semestre de carrera. Bueno, miento. De, llamémosle, «el señor X», me acordaré el resto de mi vida. ¡Jamás me había topado con un profesor tan cerrado de mente, vago a la hora de enseñar, pobre metodológicamente hablando y prepotente en general! (Espero que este artículo no llegue a su poder jejeje)

Por el contrario, hay profesores que desde el primer día no puedes evitar adorarlos. Que, aunque su asignatura no te atraiga especialmente, por el respeto y el cariño que te infunde ese profesor, haces el esfuerzo de prestar atención y hasta currarte bien los trabajos, porque logras empatizar tanto con el profesor que haces que su esfuerzo por realizar un buen trabajo contigo se vea reflejado a diario y tenga su recompensa. Porque, que un profesor el último día de clase antes de las vacaciones, con el que no coincides ese día, se tome la molestia de mandaros un mensaje individual a cada miembro de tu grupo de trabajo con un artículo muy interesante que cree que os puede gustar (¡y tanto que me ha gustado!) sobre algo que tenéis en común y sobre lo cual mantuvisteis una agradable charla el segundo o tercer día de clase ¡no tiene precio!

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Porque para algunos ser profesor es ser funcionario, enseñar unos contenidos a un grupo de chavales y tener muchas vacaciones. Punto final. Pero ser un buen profesor es mucho más que eso. Cuando pasas varias horas a la semana con alguien, alguien que encima te va a evaluar y para el que solo eres un alumno más de los 26, 50 o 100 alumnos que están a su cargo, saber que se ha aprendido tu nombre, que conoce tus gustos literarios y que piensa en ti, incluso al margen de las clases, crea un clima de confianza y confort que es muy importante a la hora de obtener un aprendizaje significativo y una agradable experiencia académica.

Este es un mensaje para la gente que piensa que ser profesor es fácil. Puede que ser un profesor a secas no cueste mucho más que el esfuerzo que pueda suponer realizar cualquier otra profesión. Es cierto. Pero ser un BUEN PROFESOR requiere de mucho, mucho más. No solo de vocación, sino de ganas, creatividad, ilusión y, sobre todo, PASIÓN. Es la característica común que veo entre Maribel y mi actual profesor de catalán. Ambos me hablan de gramática, de vocabulario, de didáctica y de literatura con la misma pasión, el mismo ímpetu, la misma sonrisa y el mismo brillo en su mirada. Se nota que creen en lo que están enseñando y, sobre todo, que creen en mí. Solo espero, aparte de no perder el contacto con ellos en el futuro, no defraudarles y poder estar a la altura de sus expectativas, porque ellos han superado con creces las mías sobre lo que se supone que es o debe ser un buen profesor.

Atentamente,

una futura ¿buena? profesora.

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