¡Hola!
¡Buenos días!
Quiero verte…
Pronto recibirás una
sorpresita.
¿Cómo estás?
Recuerdas cuando…
¡Va un caracol y
derrapa!
🙂
Te quiero.
[…]
Hacer feliz a una persona no es tan complicado como pensamos. A veces un simple saludo acompañado de una sonrisa puede alegrarle el día a alguien. O decir a la cara lo mucho que le apreciamos, tener un pequeño detalle, escribir una carta a mano (siempre hace ilusión abrir un sobre que no contenga facturas), contar un chiste… Hay infinidad de maneras de hacerle la vida más agradable y llevadera a los demás. Y en realidad no cuesta tanto. Solo es cuestión de apagar el televisor, apartar la mirada unos instantes de la pantalla del ordenador, despegar los dedos del móvil, dejar de tocarse el ombligo y abrir los ojos. Los ojos de la cabeza y los del corazón. Porque a veces el problema no es que no seamos abiertos con las personas a las que apreciamos, en ocasiones ni si quiera sabemos lo que de verdad significan para nosotros porque damos por hecho que siempre van a estar ahí, que desde que llegaron a nuestras vidas todo sigue igual… pero no.
Cuando alguien llega a nuestras vidas le aporta algo nuevo, aunque al principio no sepamos apreciarlo.
Así que yo creo que de vez en cuando deberíamos pararnos a pensar si nuestra vida sería igual sin ese «buenos días» del panadero de la esquina; sin ese regalo que te hizo tu amigo sin ser tu cumpleaños, simplemente porque le apetecía; sin ese beso de buenas noches de mamá; sin esa visita sorpresa de tu novio de madrugada; sin esos chistes malos de tu tío Pedro; sin esas tarde de café con las amigas recordando viejos tiempos…
Y es que son los pequeños detalles de la vida los que marcan la diferencia entre estar alegre y ser feliz.