Tal y como indiqué al final de mi anterior artículo, la amplia historia de nuestra zona tiene un punto clave con la aparición de asentamientos humanos vinculados a la Edad de los Metales. Asentamientos que en muchos casos son referencia para el estudio de sus respectivas culturas no solo a nivel local, también en el ámbito nacional.
La primera cultura conocida de La Edad de los Metales (periodo en el que el hombre comienza a trabajar los metales) es el denominado Eneolítico o Calcolítico (Edad del Cobre, debido a que éste es el metal que predomina), datado aproximadamente durante el III milenio a.C. y del que se han podido recuperar importantes restos que, entre otras muchas cosas, nos muestran una importante novedad, pues se tiene constancia que abandonan las cuevas como lugar de hábitat para ser utilizadas como lugares donde realizar enterramientos colectivos. Como ejemplos más significativos de estos que acabo de comentar tenemos la Cueva de las Lechuzas y la Cueva de las Delicias en el Cabezo de las Cuevas y las Cuevas del Alto. Como curiosidad, indicar que muchos de los restos humanos recuperados de estas cuevas aparecieron sin cráneo o separados de éste y en ocasiones con ajuares metálicos (cobre principalmente y algo de bronce).
No solamente tenemos evidencias de enterramientos para este periodo. También se han identificado poblados como los localizados en el Puntal de los Carniceros y el Peñón de la Zorra en la Sierra del Morrón, vinculados a la cultura eneolítica del Vaso Campaniforme (denominada así por las producciones cerámicas en forma de campana). Ambos vinculados a diversas cuevas de enterramiento como las citadas en el apartado anterior.
El siguiente periodo es uno de los más importantes de nuestra zona, el conocido como Edad del Bronce (este metal se obtiene de una aleación de cobre y estaño y es más resistente que el anterior, de ahí que se generalice su uso) en torno al II milenio a.C. Todo nuestro territorio está plagado de yacimientos de esta etapa y gracias a las continuas intervenciones arqueológicas, cada vez son más los yacimientos que se van documentando. Algunos de los más conocidos en nuestro entorno son Cabezo de la Escoba, Salvatierra, Las Peñicas, Terlinques o Cabezo Redondo, entre otros muchos.
Pero si importantes son los asentamientos, también lo son los restos materiales recuperados en ellos y de este momento destacan sobre todos “El Tesorillo del Cabezo Redondo” y por supuesto “El Tesoro de Villena”.
El primero se recuperó en el año 1963, tal y como indica su propio nombre, en el Cabezo Redondo, donde habían comenzado las excavaciones 4 años antes, en 1959, en una antigua cantera de yeso. Concretamente, las primeras piezas aparecieron en el perfil de la cantera que estaba siendo explotada en ese momento. El conjunto está compuesto por un total de treinta y cinco piezas de oro (1 fragmento de lingote, 1 diadema, 3 brazaletes, anillos, cintillas, colgantes y cuentas de collar).
Ese mismo año, el día 1 de diciembre de 1963 tuvo lugar el descubrimiento del conocido como Tesoro de Villena. Son varias las historias que se han contado sobre la aparición del mismo, si bien la que actualmente se da por buena es la que narra la historia de la aparición de un brazalete que fue confundido con una pieza del motor de un camión que transportaba grava desde la Rambla del Panadero (lugar donde tuvo lugar el descubrimiento) a una obra. Esta pieza, tras estar expuesta en un lugar visible durante un tiempo, fue llevada a un joyero de la ciudad (D. Carlos Miguel Esquembre) el cual comunicó a D. José María Soler (Arqueólogo Municipal) que tenía en sus manos “una extraordinaria joya de oro”. Tras tramitar todos los permisos necesarios se procedió primero a prospectar y posteriormente a excavar el área que estaba siendo utilizada como cantera de grava, la conocida Rambla del Panadero en la Sierra del Morrón. El Tesoro de Villena apareció perfectamente colocado en el interior de una vasija que a su vez se encontraba en un hoyo excavado en la citada rambla. El Tesoro está compuesto por piezas de oro (28 brazaletes, 11 cuencos, 2 botellas y 12 piezas que probablemente pertenecieran a un cetro, posiblemente de madera), de plata (3 botellas), de hierro (1 brazalete) y mixtas (1 remate de hierro y oro, 1 botón de ámbar y oro.
Tal y como se desprende de todo lo que acabo de describir, el Tesoro, apareció descontextualizado, es decir, no hay más restos arqueológicos en los alrededores de la Rambla del Panadero, aspecto éste que dificulta mucho su análisis, no solo en el apartado cronológico si no también en su interpretación. Según D. José María Soler (su descubridor) estamos ante una ocultación realizada por un jerarca o rey, o por un grupo de individuos en un momento de peligro. Referente a la fecha de su ocultación son diversas las hipótesis, si bien, atendiendo a la tipología y pasta cerámica de la vasija donde aparecieron depositados podría estar en torno al año 1.000 a.C. Esta hipótesis se ve reforzada gracias al brazalete de hierro que forma parte de este conjunto, pues se sabe que el hierro llegó a nuestra zona por esas mismas fechas, al final de la Edad del Bronce y el principio de la Edad de Hierro.
Para concluir quería destacar la labor de tantos arqueólogos, historiadores y amantes de la historia, sin cuyo trabajo todos los datos e información de la que disponemos en la actualidad sería imposible. En este artículo destaca la figura de D. José María Soler, sin duda el gran referente de nuestra historia. Pero también de aquellos que supieron tomar su relevo como Mauro S. Hernández (Director de las excavaciones en Cabezo Redondo) y Laura Hernández Alcaraz (Directora del Museo Arqueológico de Villena). Y por último todos aquellos compañeros de profesión, que por ser tantos, no puedo citar uno por uno, pero sin el trabajo de los cuales todo ésto no sería posible.
Jesús Manuel Flor
Arqueólogo y Profesor de Secundaria