Los niños, las próximas generaciones, son responsables de toda la sociedad. Pero, en primera instancia, los encargados de educarles y formarles como personas, en valores, etc., son los padres, quienes les dan la vida y los crían durante sus primeros años hasta que tienen edad suficiente para alzar las alas y volar del nido. De promedio son unos 20 años los que pasan los hijos conviviendo con los padres bajo el mismo techo, con lo cual no es extraño que los niños adquieran hábitos o formas de pensar iguales que los padres.
Aunque esto no es una regla de tres, pues un niño es una persona capaz de pensar y razonar por sí misma sobre su propio autoconcepto, sus actos y consecuencias, además de observar los actos de sus padres y reflexionar si está de acuerdo con ellos y si quiere seguir sus pasos o no. Esto es lo que se llama tener capacidad de reflexionar de una manera crítica y objetiva por uno mismo.
Sin embargo, hay veces en las que a los niños, aunque piensen y recapaciten sobre si creen que esto está bien o mal, o si prefieren hacer esto en lugar de lo otro, los padres no les dejan elección, han de hacer lo que ellos quieran, porque «mientras vivas bajo mi techo harás lo que yo te diga». Lo cual es lógico, porque los padres suelen actuar para procurar lo mejor para sus hijos, aunque a veces estos no comprendan ni compartan siempre las decisiones de los padres. Pero también hay veces en las que los padres se equivocan. Este comportamiento parental, además de dictatorial y, en ocasiones, injusto, puede frustrar e incluso hacer infeliz a un niño.
Esto es lo que pasa en el segundo libro de la colección de libros «Las fieras fútbol club, Félix el Torbellino» de Joachim Masannek. Un libro, en un principio, escrito para preadolescentes, pero en el que yo he encontrado un trasfondo muy importante que atañe también a los padres y a su importante papel en la educación de sus hijos. Es la ventaja de leer libros infantiles cuando ya estás más cerca de ser adulta que niña, que lees las palabras con otra mirada y encuentras más matices que un niño de la edad recomendada para el libro. Sobre todo cuando el libro no está escrito por un niño de 11 años, como los protagonistas, sino por un adulto que tiene hijos de esa edad, capaz de plasmar en ese libro mucho más que una historia para chavales apasionados del fútbol.
Es por eso que creo que los padres deberían leer más a menudo libros recomendados para sus hijos, en primer lugar, para conocer un poco más a los peques de la casa y lo que les gusta, y, en segundo lugar, para poder reflexionar sobre si la manera en la que actúan los personajes adultos en la historia es la mejor o no, si es lo que ellos harían o si por el contrario buscarían otra solución. Porque, tener tanto el punto de vista de un niño como el de un adulto te abre muchas puertas y puedes ver la situación con mayor perspectiva e información para tomar la decisión más acertada para todos.
Yo, como futura maestra, sin lugar a dudas, les recomendaré esta saga a mis alumnos, pero también me gustaría llevar a cabo algún proyecto de lectura para padres, donde no se priven de estas pequeñas joyas que les pueden ayudar a tener una mejor relación con sus hijos. Porque no hay nada mejor que tener, a partes iguales, la experiencia de un adulto y la ilusión de un niño.