En este momento histórico en el que arrecia en Occidente la cultura de la cancelación, que pretende acallar a cualquiera que se resista a someterse al pensamiento único dominante, celebramos la Natividad de Jesús, acontecida hace más de dos milenios, pero con una sorprendente capacidad de iluminar el momento presente.
Ciertamente, “no hay nada nuevo bajo el sol” (Eclesiastés 1, 9); y, acercarse a los evangelios es descubrir que Jesús de Nazaret también fue cancelado. Como es obvio, será para nosotros muy aleccionador conocer cómo reaccionó en esa coyuntura.
El primer reto que Jesús hubo de abordar fue el de la indiferencia. No en vano, uno de los versículos más dramáticos de los evangelios lo encontramos en el prólogo del Evangelio de san Juan: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Es muy elocuente la imagen de san José incapaz de buscar posada en su propio pueblo natal. Cada uno iba a lo suyo en Belén, sin percatarse de la trascendencia de aquel acontecimiento. A buen seguro que la inmensa mayoría serían buena gente, pero el horizonte de su vida era muy corto: solo querían vivir felices sin meterse en problemas. Como decía Edmund Burke, conocido escritor y político irlandés, en reflexiones sobre la revolución francesa: «Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada«. No cabe la menor duda de que el ‘humus’ principal de la cultura de la cancelación es la indiferencia, de la cual decía con frecuencia la Madre Teresa de Calcuta que es el mal más grave de la humanidad.
A los pocos días del nacimiento en Belén, la envidia y el odio de Herodes mostraron el rostro más agresivo de la cancelación. La Sagrada Familia tiene que huir a Egipto para salvar la vida de Jesús, mientras que multitud de vidas inocentes son injustamente sacrificadas. Durante unos años –no sabemos cuánto tiempo— Jesús fue un exiliado, lo cual nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que, en nuestros días, son muchas las personas a las que el acoso de la cultura de la cancelación les está llevando a sentirse extraños en su propia patria. El dilema que se les plantea es triple: ceder, resistir, o emigrar. Sigue siendo de máxima actualidad la conocida sentencia de san Agustín: “De dos maneras ataca el mundo a los seguidores de Cristo: los halaga para seducirlos o los atemoriza para doblegarlos”.
La cultura de la cancelación siempre ha sido experta en generar odio, como lo demuestran aquellas palabras del libro de la Sabiduría, auténtica profecía del Jesús cancelado: “Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso (…) Es un reproche contra nuestros criterios, su sola presencia nos resulta insoportable. Lleva una vida distinta de todos los demás y va por caminos diferentes. (…) Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia. Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según dice, Dios lo salvará.” (Sabiduría 2, 12-20)
A lo largo de la vida pública de Jesús de Nazaret son innumerables los momentos en los que le tienden preguntas trampa, o en los que pretenden manipular sus palabras, bien sea retorciéndolas o sacándolas de contexto, algo muy propio de la estrategia de la cancelación en nuestros días. Entre tantos pasajes, hay uno que considero especialmente emblemático: el encuentro con la mujer pecadora narrado en el capítulo 8 de san Juan. La mala intención de los escribas y fariseos era patente: “Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo” (Jn 8, 6). Su pretensión es que Jesús tome partido entre el dilema de una justicia inmisericorde o una misericordia relativista. Pero Jesús no cae en la trampa, porque su compromiso es inequívoco, tanto con la verdad como con la caridad: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más” (Jn 8, 11). El pensamiento único de nuestros días tiene una especial predilección por esta estrategia de contraposición entre la verdad y la caridad. Acaso sea ésta la principal ‘herejía’ contemporánea.
¿Y cual es la reacción del Jesús cancelado? Su actitud integra la mansedumbre y la firmeza. En el momento cumbre de la cancelación –es decir, en la pasión— combina silencios heroicos (“Y Pilato le dijo: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»” (Jn 19, 10)), con palabras humildes y certeras (“Jesús respondió: «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»” (Jn 18, 23)). En cualquier caso, Jesús cancelado no se equivoca en ningún momento de enemigo, ya que sabe bien que su batalla no es contra hombres de carne y hueso, sino contra el diablo y sus acechanzas (Cfr. Efesios 6, 11-12).
“Cancelación” es sinónimo de “descarte”, término este último acuñado y utilizado con frecuencia por el Papa Francisco. En efecto, en su exhortación apostólica ‘Evangelii Gaudium’ el Papa subraya que la nueva cultura del descarte va más allá del simple fenómeno de la explotación y la opresión, ya que este tipo de exclusión incide sobre la misma raíz de la pertenencia en nuestra sociedad. (Cfr. E.G. nº 53).
Os deseo a todos una feliz celebración de la Natividad del Señor. Que cada vez que veamos la imagen del Niño Dios, salga de nuestro corazón un beso lleno de ternura, ofreciendo simbólicamente nuestra acogida a Jesús cancelado. Y, a su vez, que cada vez que veamos la imagen de María, José y de cuántos de forma audaz se acercaron a adorar a aquel Niño, nos comprometamos a resistir, con tanta mansedumbre cómo determinación, ante la pretensión de cancelación del momento presente. ¡Feliz Navidad y Santo Año Nuevo!