Suena recurrente empezar un Primer Artículo así, pero cuando mis amigos Laura y Jose me proponen escribir periódicamente un artículo sobre nuestra historia, se me pasan por la cabeza muchas ideas y dudas al respecto. Aspectos que básicamente se resumen en cómo organizar y cómo presentar los contenidos. Respecto a la primera cuestión consideré más apropiado seguir un orden cronológico, desde lo más antiguo hasta nuestros días, a fin de poder comprender y asociar mejor todos los acontecimientos a los que iré haciendo referencia semanalmente, pues básicamente, tal y como les digo a mis alumnos somos el resultado de una infinita suma de factores que tenemos que conocer para saber quiénes somos.

La segunda cuestión, cómo presentar los contenidos, me ha supuesto mayores quebraderos de cabeza, pues es mucho lo que se ha escrito sobre nuestra historia y además por grandes profesionales que han aportado multitud de datos y estudios en cada uno de sus respectivos campos de trabajo científico. De ahí, que lo que pretendo con estas líneas es acercar al lector a conocer nuestra historia con una lectura relajada y curiosa, alejándome siempre y cuando sea posible, de aspectos puramente científicos. En ocasiones ésto resulta imposible, especialmente en la etapa denominada Prehistoria, que es la nos ocupa en este primer artículo, pues los únicos datos de los que disponemos se obtienen de excavaciones arqueológicas y del análisis de los elementos o restos que encontramos en ellas (material lítico, restos de flora y fauna, cerámica, etc…). Y no de documentos escritos contemporáneos a esos restos que nos ayude a tener una visión mejor y más completa de lo que estamos estudiando.

Son muchos los restos y datos documentados los que nos permiten saber que con mucha anterioridad a nosotros, el territorio donde desarrollamos nuestra actividad diaria, fue testigo de la presencia de otras gentes y otras culturas. Hay que tener en cuenta que hasta que se produjo la denominada “Revolución Neolítica” (VIII milenio a.C) el ser humano era nómada, no tenía asentamientos fijos y se movía constantemente en busca de su alimento, por lo que no es posible documentar poblados hasta el Neolítico. El ejemplo más antiguo documentado de la presencia del hombre en nuestro territorio está localizado en una pequeña cueva de la Sierra del Morrón conocida como “Cueva del Cochino”, cuyo hábitat más antiguo está asociado al denominado Paleolítico Medio (125.000 – 30.000 a.P.). Podemos conocer su antigüedad gracias a la gran cantidad de elementos líticos (sílex) documentados en su interior y que eran de uso cotidiano para ellos, bien para cazar (puntas de flecha) o por ejemplo para descuartizar la caza (raederas, raspadores, etc..). Estos elementos sirven de ejemplo para explicar que fueron elaborados siguiendo una técnica específica del tallado de la piedra (Técnica Levallois) que nos permite identificarlos dentro del Paleolítico Medio.

Junto con los restos documentados en Cueva Cochino, muchos son los hallazgos que componen nuestro legado prehistórico, como por ejemplo los encontrados del período Mesolítico en las cuevas de la Huesa Tacaña, Pinar de Tarruella, Casa de Lara, el Arenal de la Virgen y la Cueva del Lagrimal (12.000 – 9.000 a.P.). En algunos de estos yacimientos la actividad humana se prolonga en el tiempo llegando su ocupación hasta el ya comentado anteriormente período Neolítico, con sus características cerámicas cardiales, que reciben este nombre debido a que eran decoradas con el borde de una cocha conocida como “cardium”.

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La Revolución Neolítica supuso una serie de cambios importantísimos en la forma de vida de nuestros antepasados como la aparición de la agricultura, la ganadería, primeras aldeas, primeras vasijas cerámicas, e incluso en algunas regiones (Mesopotamia y Egipto), en torno al 3.500 a.C. aparecieron los primeras técnicas en Escritura. No obstante, la civilización siguió avanzando e introduciendo nuevos descubrimientos significativos como es el uso de los metales, dando paso a una nueva etapa conocida como Edad de los Metales (cobre, bronce y hierro), en la que nuestra ciudad, especialmente en la Edad del Bronce juega un papel determinante gracias a poblados como Cabezo Redondo, Terlinques o Salvatierra que son, sin duda, referencia de la Edad del Bronce en todo el Mediterráneo.

Tal y como he intentado poner de manifiesto en la última parte de este artículo, la importancia de Villena en la Edad del Bronce es tan grande e importante que he considerado oportuno no extender más este artículo y reservar la redacción del próximo para este periodo que sin lugar a dudas es uno de los referentes urbanos más importantes que tenemos de nuestro entorno y que más pasión y curiosidad levanta en la población de Villena y alrededores.

Jesús Manuel Flor Francés

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