Estoy harta de que me digan que no soy más que una mota de polvo en medio de la inmensidad del universo.

Sí, odio ese momento reflexivo-filosófico nocturno en el que por primera vez en mucho tiempo nos detenemos a mirar el firmamento.

Ágora Habla con el deporte local y comarcal, siempre en movimiento

Nos solemos sentir tan pequeños bajo esa cúpula celestial tan grande… que olvidamos ver con perspectiva.

Sí, nosotros estamos abajo. Las estrellas están arriba.

Sí, nosotros probablemente no viviremos ni un mísero siglo, cuando hay algunas estrellas que llevan observando la Tierra centenares, millares… ¡millones de años!

Pero, ¿por qué eso nos tiene que hacer sentir pequeños o insignificantes?

Nosotros podemos pensar, andar, equivocarnos, caer, levantarnos, acertar, amar, odiar, crear, curar, romper, destruir, crecer, evolucionar, involucionar, correr, saltar, dormir, comer, respirar, reír, llorar…

¿Y ellas?

Las estrellas llevan siglos ahí arriba, sin moverse, sin poder comunicarse. Muchas veces esas estrellas que vemos ya ni si quiera están, explotaron hace miles y miles de años… Pero aquí estamos nosotros, como bobos, admirándolas, pensando que son mejores que nosotros cuando ni si quiera sabemos su nombre, ¡cuando ni tan si quiera existen!

Sí, el universo es muy bello, podría contemplarlo hora tras hora sin cansarme, a cada instante descubrir algo nuevo y con cada parpadeo emocionarme.

Pero más bello todavía es el universo que hay dentro de mí.

Esa estrella que brilla en mi interior y me pide que no envidie a las de arriba, que sea yo misma.

Porque, a fin de cuentas, da igual que vivas ochenta, cien, que mil años.

Todas al final desapareceremos. Tanto las estrellas del cielo como las de la Tierra.

Porque da igual arriba o abajo, de un modo u otro, todas las estrellas brillan, lo importante es no caer en el error de creerte inferior y eclipsarte a ti mismo.

Imagen: Henn Kim

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