Los goles pueden maquillar o enturbiar un partido, la concentración también, en el argot taurino, hasta el rabo todo es toro, en el fútbol, no cabe otra que mantener la constancia hasta el pitido final.
El equipo trató de tocar el esférico, intentando realizar un juego fácil, y por momentos lo consiguió, pero lo hacía en zona no peligrosa, nos costaba avanzar y ser verticales. Manteníamos firmeza a nivel defensivo, de hecho, nuestro portero apenas tuvo trabajo.
Tras los cambios, el grupo se estiró más y buscamos puerta con más determinación, el equipo empezó a sacudirse y llegaron jugadas con cierto peligro, unas veces tratábamos de subir con pases entre líneas y otras buscando la banda.
Pero cometimos el error de pensar que el peligro solo nos acecha cerca de nuestra área, y nos probaron con tiros lejanos y les salió bien, nos hicieron tres palmeras con las que quisieron demostrarnos el sabor dulce de sus dátiles, esos que producen en su huerto del cura.
Los nuestros, reaccionaron con un fútbol castizo, con sabor a caracol serrano, de esos que se crían en el morrón, sacaron casta y les devolvieron el mensaje, dos tiros de falta directa con sabor a pebrella de Alejandro acabaron en el fondo de las mallas, el primero de forma directa, el segundo tras rechazar el portero, un atento Iván hizo el resto.
Una derrota no es un fracaso, no haberlo intentado sí, nos faltó cinco minutos más o un tiro de falta, y les hubiéramos mostrado el verdadero sabor a gazpacho villenero.