Su hijo no será Cristiano de mayor. Su hijo no será Messi cuando tenga unos años más; y lo que es más: su hijo, muy pero que muy probablemente jamás llegue a jugar ni en un Segunda B de fútbol. ¿Por qué entonces centramos nuestros esfuerzos y atención en que nuestros niños ganen, sean el mejor y metan muchos puntos, goles, bajen su marca personal o tengan una mayor puntuación por parte del jurado que el resto de sus compañeros?


Y digo “nuestros niños” porque no sólo lo son de sus padres. Son los niños del entrenador de turno, el profesor, el monitor en determinados momentos del día y de la semana. Son “sus niños” porque en ese momento (me centraré en el ámbito deportivo), lo que les diga o haga su entrenador o monitor va a misa, y muy a menudo este es una figura a la que sus pupilos idolatran, un espejo en el que mirarse y decir “de mayor quiero ser como él”.

¿Por qué entonces si tanto entrenadores como padres son modelos de conducta de estos niños (aquellos que serán los adultos del futuro, no lo olvidemos) nos centramos en transmitirles un modelo de búsqueda de una excelencia exacerbada, en la que en demasiadas ocasiones vale todo para alcanzar la meta?

A menudo nos escandalizamos de los casos de violencia que vemos en televisión tanto de hinchas como de los propios deportistas. Esto varía en cierta medida dependiendo del tipo deporte del que hablemos pero, como se dice popularmente, y permitidme la expresión, “En todos lados cuecen habas”. Muy probablemente, a las personas ya nombradas, a esas a las que con demasiada frecuencia podemos ver en los medios de comunicación exhibiendo conductas totalmente reprobables y vergonzosas, también les dijeron algún día cuando eran niños que por delante de todo, o lo que es peor, por encima de todo, está ganar.

Según afirma el ex-tenista profesional Gonzalo Corrales (2015), solamente uno de 16.000 deportistas llega a ser profesional en su disciplina. Por tanto, ¿estamos centrando toda la atención de la sociedad en ese uno de 16.000? ¿Y de qué modo la estamos centrando? Porque no olvidemos que ese único deportista que llega a la cima de entre tantos también debería ser una persona bien formada y con un crecimiento personal envidiable.

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Por ello, su hijo no será Messi, ni Cristiano, pero en manos de todos está que se forme como persona y deportista de un modo saludable. Consideremos que lo más bonito que puede hacer el deporte es formar personas

Dentro de uno, cinco, diez o veinte años, al niño deportista no le resultará transcendente si en aquella liga quedó el primero, el quinto o el último, sino el poso que dejó la construcción de unos cimientos de valores personales y aprendizaje vital que le brindarán una capacidad y unas aptitudes óptimas para afrontar no sólo su práctica deportiva, sino también la propia la vida.

Importante es que todos: entrenadores, padres, psicólogos, clubes deportivos y toda la sociedad en general rememos en la misma dirección, y si se precisa necesario, hagamos un ejercicio de autocontrol en momentos de tensión y nervios, mostrándoles a los adultos del futuro el camino que han de construir ellos, pero si es posible con buenas herramientas.

Nestor Marco. Psicología Deportiva.

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