Salvajada. Terrorismo ideológico. Provocación. Temor. Animadversión. Miedo. No es la última película de moda de terror. Es simple, y llanamente lo que sucede, y no es nada nuevo, en los partidos del deporte rey. Salvajes que se esconden bajo unos colores, bajo unos escudos, bajo una parte de historia de clubes históricos para campar a sus anchas, y llevar el terror a los que se cruzan en su camino.
Lo más reciente es lo vivido en las inmediaciones del estadio Santiago Bernabéu, en la previa del encuentro de Champions League entre el Real Madrid y el Legia de Varsovia, conjunto donde se cobijan los ultras más peligrosos del fútbol mundial, junto a los rusos o países balcánicos.
Racistas, homófobos, antisemitas, ultraderechistas, o en algunos casos, de extrema izquierda… ¡Esto no es deporte, por Dios! Es un auténtico campo de batalla. Pero lo que más me impactó en las imágenes que están dando la vuelta al mundo, es la presencia de niños entre los ‘hooligans polacos’. ¿Qué padre o madre permite una cosa así?
Muchas veces se censura la actuación de la Policía Anti Disturbios ante casos parecidos. Pero ayer fue para aplaudir su implicación, ante la cantidad de provocaciones de unos ‘bestias’ que, muchos de ellos, viajaron desde tierras polacas sabiendo que no podrían entrar al estadio madridista, nada más que para sembrar el terror entre la población, sin mirar raza, edad o sexo. ¡Un diez para el Cuerpo Nacional de Policía!
Pero todo esto, unido a lo que sucedió en la Eurocopa de Francia, hace que nos paremos a reflexionar. Se temió más por los ‘ultras’ que por un atentado. ¡Es deporte! ¿Por qué no quedan en una explanada a darse de ‘ostias’ y dejan a los demás en paz? ¿Qué hacen los organismos futbolísticos, además de llenarse los bolsillos, para paliar esta lacra? ¿Piensan que con cerrar un estadio ya está? Están muy equivocados.
Todos recordarán a Davor Suker, ex jugador del Sevilla o Real Madrid. Es presidente de la Federación Croata de Fútbol, y está amenazado de muerte por no permitir que ‘los animales de dos piernas’ entren a un estadio. ¡Chapeau! Pero no hay que irse tan lejos. Cada vez son más los clubes españoles que han optado por prohibir la entrada a un estadio a todos aquellos que no vayan al fútbol a otra cosas que disfrutar y animar a sus colores.
Son los casos de Real Madrid (Ultrasur), Barcelona (Boixos Nois), Sevilla (Biris Norte), Deportivo (Riazor Blues)… Muchos directivos de estos clubes también están en el punto de mira de estos fanáticos, muchos de ellos ‘asesinos’, ya que cuentan en su historial delictivo con ese epígrafe. Pero para que esto suceda, para que todos los clubes eliminen a las peñas más radicales, ¿tiene que morir alguien?, tal y como sucedió hace dos años con el ‘asesinato’ de un hincha ultra del Deportivo, presuntamente a manos de una de las secciones más duras del Frente Atlético (grupo ultra del Atlético de Madrid).
Fue portada en periódicos, inicio de telediarios. Se hablaba de prohibir la entrada en los estadios de este tipo de ‘gentuza’. Pero, como bien apunta Joaquín Sabina, «lo nuestro duró. Lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks», es decir, unas semanas. Si me apuran, unos meses. A día de hoy, todavía se pueden ver pancartas en Riazor con la cara de Jimmy, el hincha que fue lanzado al Manzanares, después de recibir una brutal paliza. No sólo pasa con el equipo coruñés. ¿Tendremos que esperar a que vuelva a pasar?
Hoy me quedé perplejo cuando me preguntaban si acompañaría a mi hijo a ver el partido de Copa del Rey entre el Hércules y el Barcelona, «ya que quiere ir con los amigos, pero nos da miedo, después de ver lo que sucedió ayer en Madrid». Esto es cierto. Mi hijo tiene casi 15 años, y un servidor lo acompañará, ya no por tranquilidad de los que me realizaban el comentario, sino, por mí, por que uno ya no se fía.
Pero, y pienso que estarán conmigo, ¿no creen que un partido de fútbol es un acontecimiento para divertirse y animar a unos colores? Permítanme que dude, ya que creo que el fútbol es una gran mentira. Los clubes pertenecen a empresas que no conocen ni a los jugadores que defienden sus colores. ¿Besar el escudo? Permítanme que me ría. Eso sí se hacía hace 20 años. Ahora un futbolista cambia de equipo como muchos políticos cambian de chaqueta.
Y ahora me dirán: ¿Estás mezclando el deporte con la política? Pues cuando un presidente, nacido, criado y si me apuran, ex futbolista del club que dirija, como es el caso de Josu Urrutia, máximo mandamás del Athletic Club de Bilbao, ocupe la presidencia de su club de toda la vida cambiaré de opinión. Hasta que los ‘malditos bastardos’ que utilizan el deporte, y mayormente el fútbol, para esconderse detrás de unos colores para sembrar el horror por donde pasan y campar a sus anchas desaparezcan del mapa, pensaré igual. Más que nada por que lo de cambiar de chaqueta como un político es algo bastante habitual en el panorama europeo y nacional.
Fair Play y viva el deporte.