Como pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando, con nervios y expectación, acudimos toda la familia a la primera Conversión del Moro al Cristianismo de Alejandro.
Más bajito que ahora, con la voz menos ronca, tan rubio como ahora y con la misma templanza de siempre.
Miradas cómplices hacia donde se sienta su familia. La tranquilidad que aporta saber que tu padre está detrás de ti. Nervios que se controlan cuando empieza tu trabajo. Ese para el que te has preparado todo el año, y más exhaustivamente, durante el verano.
Ensayos que duran horas, repaso en casa y hasta en la piscina. Trabajo duro que durante cinco años ha dado su fruto. Con su compañero Carlos. Imposible imaginar la Conversión sin uno de ellos, cada uno enfundado en su traje de Embajador.
Cinco años. Un lustro. Cinco años ensayando. Cinco veces la Conversión. Que aunque parezca que es siempre lo mismo, quienes les hemos visto siempre sin faltar una sola vez, hemos apreciado los cambios sutiles. La confianza, la tranquilidad que da el trabajo duro y bien hecho, la madurez del crecimiento físico y artístico. La comprensión plena del texto, la creencia en el personaje y el mimetismo con el entorno y el momento.
También cinco años de nervios. De concentración. De asumir la responsabilidad. De cansancio físico. De crecimiento. Y no solo para él. La familia que le quiere, que está con él, que es capaz de ponerse en su lugar y quizá, por esto, admirarlo más y comprenderlo más. Si cabe.
Años desfilando junto a su padre. En la Procesión. Siempre acompañado y escoltado. Dos Embajadores Cristianos en toda regla. Dos generaciones. Padre e Hijo. Orgullo de madre, esposa y de hermanas. Orgullo de familia.
Tengo fotos de estos años que guardaré siempre como un tesoro. Fotos de 2011 hasta 2015. Desde los nueve años hasta los trece años.
En la primera Alejandro tiene nueve años. No solo es decir el texto. Es acompañar con gestos, con expresiones que sinteticen la profundidad que tiene La Conversión.
Cada foto es de un año. Sin perder la carita de niño, interpretando un texto adulto, gesticulando, escuchando la réplica del Embajador Moro, atento a la música que da fondo (y qué fondo) a la interpretación. Contando los silencios, modulando la voz según cada momento.
Y aunque no lo parezca, sé que se ha hecho mayor; y sé que La Conversión ha tenido que ver. La disciplina para acudir a los ensayos en verano. La tranquilidad que hay que tener para subir al altar, escuchar el silencio del público y actuar. Todo esto dota de madurez sin dejar de ser un niño.
Cada vez que recuerde estos momentos lo haré visualizando a Alejandro y a Carlos. Rubio y moreno. Carlos Embajador Moro y Alejandro Embajador Cristiano. Los dos han crecido. Los dos han sufrido. Los dos se han abrazado. Por eso agradezco tanto a Carlos su trabajo. El trabajo final, la puesta en escena de los dos ha sido enormemente gratificante. Me llena de orgullo.
Como también el trabajo de campo de Pascual Torres Beltrán y José Fernando Domene Verdú. Sin ellos, sin su trabajo, sería imposible.
Y cómo no hablar de Gaspar Ángel Tortosa. Maestro que compuso el Poema Sinfónico de La Conversión del Moro al Cristianismo, que lo adaptó para La Conversión Infantil, que compuso para Alejandro la Marcha Cristiana “Alejandro”. Toda mi admiración y mi agradecimiento Maestro.
No sé si habré sido capaz de sintetizar mi orgullo, mi agradecimiento y mi emoción en este texto. Por si acaso no lo he conseguido lo diré de otra manera:
Gracias Alejandro por ser así. Por enfrentarte a tus retos. Por hacerlo bien y sobre todo, por hacerme tan feliz. Gracias.
“Y a vos Sagrada Maria, Reina del Cielo Divino, pues que, con tu Sacra ayuda… así lo espero, Señora, de Vuestro Poder Divino, que asistido de La Gracia siempre iré por buen Camino…
¡Viva La Virgen de Las Virtudes!
Con todo mi amor.
ALICIA