Desde
que me lo comentó mi prima un gusanillo comenzó a moverse dentro de
mí. Vivir a 360 kilómetros de casa implica echar mucho de menos;
familia, amigos, costumbres, en definitiva, una forma de vida. Por
eso, desde que me propusieron participar en este evento supe que no
podía decir que no: ¡cómo rechazar algo así! ¡Formar parte de la
comitiva que traería un trocito de mi Villena a la capital!
Y
así, entre nervios y anhelos llegó el sábado. Felizmente, después
de una semana de frío polar, nieve y temporal, el sol quiso ser
partícipe de una jornada tan especial. Ansiosa, a las doce del
mediodía llegué al restaurante donde daría comienzo el evento,
¡qué
ganas tenía de ponerme mi traje de pirata!
De pronto vislumbré los autobuses y los nervios se transformaron en
una emoción inevitable. Muchas caras conocidas y ese sentimiento de
día 5
que no me abandonaría hasta el final del día.
Poco
tardamos en invadir el
balcón de Griñón
con nuestras vestimentas, nuestra música y nuestra alegría;
abarrotando un salón en el que se respiraba puro júbilo y en el que
pronto irrumpieron los primeros acordes musicales. La emoción
alcanzó su momento cumbre cuando los músicos interpretaron La Entrada
del maestro Quintín Esquembre; tras ese momentazo
se iniciaron los preparativos y, asediados por el espíritu del 5 de
septiembre, entre ajetreo, bullicio y prisas, la estancia se inundó
de festeros y festeras.
¿Quién ha dicho frío?
En
torno a las cuatro de la tarde, con un sol radiante que disimulaba el
frío propio del mes de enero, el séquito especial enviado desde
Villena para promocionar las fiestas de Moros y Cristianos en la 37ª
edición de la Feria Internacional de Turismo (FITUR), subió de
nuevo a los autobuses que esta vez les llevaría hasta su destino, la
madrileña Plaza de Callao, desde donde daría comienzo el esperado
desfile que desembocaría en la mismísima Puerta del Sol.
Poco
tiempo después, alcanzamos nuestro destino y congregados con otros
representantes de las celebraciones típicas de la Costa Blanca,
comenzamos a atraer a miles de curiosos que, cámara en mano, no
cesaban de interesarse por el espectáculo y su procedencia.
Y
llegó nuestro turno; era tal la cantidad de gente aglutinada en la
Calle Preciados, entre el corte inglés y la FNAC, que formar cada
una de las filas se convirtió en una tarea verdaderamente peliaguda;
pero lo conseguimos ¡vaya
si lo conseguimos!
Orgullosos como siempre y más villeneros que nunca ansiábamos dar a
conocer parte de nuestra cultura, esa que atesora nuestra verdadera
esencia.
La espera valió la pena
La
espera se hizo eterna, pero al ritmo de la banda de música que nos
precedía fuimos calentando motores. De improviso llegó nuestro
turno, y de este modo, entre vítores y aplausos y al ritmo de las
notas interpretadas por la Asociación Grupo Musical Atalaya de
Villena, iniciamos un desfile inolvidable, ¡vaya
momento!
No
eran muchos los metros que teníamos por delante, pero el breve
recorrido se dilató en el tiempo entre la euforia de los
participantes y del público expectante. Y es que fueron muchas las
miradas foráneas las que escrutaron, probablemente por primera vez,
un espectáculo como éste, inimitable y sin precedentes.
Fue
agradable escuchar algunas voces conocidas y otras no tanto que entre
olés
o al grito de -¡Voltereta,
voltereta!–
se animaron a participar en un evento sin igual.
La
Puerta del Sol se quedó pequeña, y así, entre cientos de curiosos
acabó nuestro recorrido y experiencia y, como no podía ser de otro
modo nos apiñamos a los pies de la obra del escultor Navarro Santafé
para escoltar a ese Oso
y el Madroño
en su cincuenta aniversario; una gran foto de familia para felicitar
a tan célebre escultura y dejar constancia de lo que allí había
tenido lugar; un inolvidable 21 de enero que esperamos, y deseamos,
vuelva a suceder.